Las alas de la regia mariposa se movían apaciblemente, cual expresión de alegría y amor a la vida, como abriéndose a la libertad; lucía relumbrante y colorida, su estela era un arco iris sostenido unos leves segundos por el viento. Ante tal espectáculo la pequeña mariposa no sabía si mirar a su alrededor o mirar sus fastuosas alas, que con sus suaves y ligeros aleteos realizaban una combinación de colores increíble, tales como los de un ocaso de verano en pleno mar.
La mariposa resolvió dejar de verse por un segundo, entonces fueron deslumbrantes las cosas que apreció; abajo, arriba, a su lado, mil colores destilaban de ese mundo exterior, era una maravilla, nunca lo había visto de esa manera, jamás pensó que existiera, era lo mejor que podía pasarle. Súbitamente miró hacia abajo, le llamó la atención algo que se movía allá, poco a poco fue bajando, disminuyó la velocidad de sus aleteos mientras observaba ese diminuto punto de mil colores que estaba ahí abajo, bajo más y más, hasta que lo tocó y cuando lo hizo se sintió feliz, completa, plena, libre, mítica y real, era ella, sí, era ella posada sobre unas aguas cristalinas.